Vive, joder

La espiritualidad en lo exclusivamente mental es una máscara. La espiritualidad utilizada para colocarse por encima de los demás no es espiritualidad, es manipulación. La espiritualidad utilizada como una especie de capa impermeable en la que me resguardo diciendo “no soy yo, simplemente es un espejo en el que te ves”, es una estrategia infantilista para escurrir la responsabilidad de mis actos y palabras. La espiritualidad utilizada para demostrar que estamos siempre bien no es espiritualidad, es evitación del contacto con el dolor.

En un tiempo en que occidente parece recuperar la búsqueda de lo espiritual fuera del marco de lo religioso, quizá definir para uno mismo qué leches es eso de la espiritualidad parece oportuno.

Para mí es una dimensión humana que me invita a buscar el sentido de la vida, a conectarme con elementos más grandes que yo (las demás criaturas, el cosmos, el arte, lo divino) y a vivir mi propia capacidad de trascendencia.

Ya decía Jung que una sociedad que se alejaba de la espiritualidad estaba destinada a la enfermedad y a la neurosis.

Esta obra iba a ser pintada de otra forma, pero me pareció que así quedaba bien claro. La espiritualidad hay que vivirla. Es decir, encarnarla en nuestros procesos puramente humanos. Hay que llevarla cuando nos enfadamos y mandamos las cosas a tomar por culo, cuando salimos de fiesta, cuando nos duelen las cosas, cuando vamos a terapia y vemos nuestras mierdas. No es algo para vivir únicamente en un retiro o en una esterilla de yoga. Si no la llevamos al plano horizontal, a lo cotidiano y a lo aparentemente “no espiritual”, entonces estamos fragmentándonos.

Ahí podemos abrazarnos ampliamente, y vivirnos ampliamente como seres espirituales. Sin rigideces.